jueves, 8 de noviembre de 2012

No tan distintos


Quería demostrar tanto cuán de izquierdas era que se emperró en aprender a escribir con la zurda.
No le bastó.
Pensó que todos debían hablarle al oído izquierdo.
No le bastó.
Dispuso que para contemplar el mundo con una perspectiva realmente de izquierdas tenía que usar solamente el ojo izquierdo, así que se arrancó el otro.
No le bastó.
Desesperado porque no encontraba suficiente su grado de fidelidad hacia su sentimiento, tomó una drástica decisión y de alguna manera logró acabar con el lado derecho de su cuerpo, quedando paralizado de por vida.
Al fin sonrió, satisfecho.
Un día, mientras era paseado, ya en silla de ruedas, por la calle, se topó con una persona que había actuado de igual manera, pero con su lado izquierdo. Se miraron ambos con mutuo odio, y de pronto comprendieron con vergüenza que, en el fondo, y a pesar de encontrarse en polos opuestos, no eran tan distintos.