jueves, 29 de diciembre de 2011

Antigua Vamurta

Hace unos meses hice una reseña de una novela de ciencia ficción llamada Noctalia y dije que conocí a su autor en los foros de Clan Dlan, una web de traducción de videojuegos con una excelente sección de literatura. Bien, pues ahora traigo la obra de otro compañero de ese mismo foro, Igor: Antigua Vamurta.
Me empecé a interesar por este relato pensando que lo que había publicado en el foro era la novela íntegra. Leí los primeros capítulos, que me encantaron, pero por falta de tiempo, o más bien, por mala organización y aprovechamiento de él, lo dejé pendiente prometiendo y prometiendo durante un año que regresaría XD.
Fui leyendo, eso sí, la serie de relatos cortos ambientados en el mismo mundo que Igor iba publicando en su blog:


Me sentí especialmente fascinado por los murrianos, por esos cantos en el bosque, esa comunión con la naturaleza que parecían poseer. Los murrianos, seres humanoides —bien no me quedó clara la descripción, pero que veo yo como una especie de hombres bestia— en eterna lucha contra los Hombres Grises que buen reflejo son de las sociedades más «civilizadas», esas en las que todo se quiere y nada se da, y se ve con indiferencia al semejante, ya no digamos al que es distinto. Sociedad de ricos y pobres.
Bueno, me desvío. Llegó el día en que logré arañar tiempo para leer la novela y fui derechito al blog para darme cuenta de que NO estaban todos los capítulos ahí. Debí figurármelo, pero es lo que tiene ser un cazurro XD. Hace unos meses conseguí hacerme con un ejemplar, que ya bastante tiempo estaba con las ganas de leer más sobre los murriarnos (todos los demás me dan igual, ñé. Es coña XD), y, ¡por fin!, pude leerla.

ANTIGUA VAMURTA

En Antigua Vamurta asistimos a la caída de un imperio y de una ciudad, de un modo de vida. Se nos relatan los padecimientos de sus habitantes, los Hombres Grises, su desesperación ante lo que es una posibilidad remotísima de salvación que cada vez es menor. La novela comienza con el final; sí, en sus primeras páginas se nos relatan los últimos estertores de una larga y cruenta guerra. Ya desde la primera hoja se respira ese aire de fatalidad y de inminente nostalgia propias de cualquier película tipo Gladiator, con banda sonora de Dead Can Dance inclusive (mención especial a The Host of Seraphim. Igor, escúchala si no la conoces^^).
Los supervivientes, huyendo a través del océano, llegan a Nueva Vamurta, capital de las Colonias, se dispersan y tratan de olvidar las penurias. Serlan, conde de Vamurta y último miembro vivo de su familia, acaba exiliado. Sus pasos lo llevan entonces por un sinfín de aventuras en las que debe encontrarse a sí mismo, cambiarse y amoldarse a las nuevas circunstancias, a través de unas tierras desconocidas llenas de rencor y de peligros.
En su periplo conocerá a sufones, vesclanos, Hombres Grises, Rojos…, hombres y razas humanoides de todos los colores y tipos, como diría Goyo Jiménez XD. Razas además bien descritas y realistas, aunque sólo se nos esbocen unas líneas en esta primera parte de Vamurta. Y también verá otra cara más amable de aquellos a los que tantos motivos tiene para odiar, la otra cara de la moneda.

Paralelamente, en Vamurta, los Hombres Grises que no han podido escapar, en su mayoría los soldados más valientes y las familias más pobres (me atrevería a aseverar que ambos tienen relación directa) están sufriendo las consecuencias del perdedor: la esclavitud. Dasteo, alférez del Batallón Sagrado, unidad de élite del ejército de Vamurta, es el protagonista de esta historia.
El padecimiento de los esclavos es terrible, pero la esperanza no decae…

Las dos mayores pegas que le he encontrado han sido que la caracterización y el carisma de Dasteo son sensiblemente mayores a los de Serlan, siendo éste el personaje principal; y que la historia se corta en un punto que como desenlace no me convence.

Antigua Vamurta -1- está disponible tanto en eBook como en papel, en los siguientes lugares:
Amazon, Cyberdark, Casa del Libro, Corte Inglés y en la mayoría de las librerías españolas.


¡A ver si la encuentras, Igor, con mi super calidad de cámara de móvil y con poca luz! XD
Mañana haré otra foto más decente XD.






domingo, 20 de noviembre de 2011

Las gaviotas en el campo de rosas

Hubo un lugar en el que la gente cultivaba rosas y nada más. Los jardines, los rosales, eran preciosos y aquello parecía el paraíso. Pero un día se dieron cuenta de que las flores no satisfacían sus necesidades, sino que empañaban sus ojos, y como niños rogaron un cambio que los salvara de la ilusión en que vivían.
Entonces llegaron las gaviotas para quedarse. Trasplantaron todos los rosales en un lugar elevado y allí hicieron su nido. Diríase que eran como cuervos que vigilaban un cementerio.

sábado, 29 de octubre de 2011

Literaria TV

Son las cinco de la mañana y no he dormido nad…, digo, son las 16:00 de la tarde y ya hemos comido, nos dirigimos a la sala de estar, encendemos la caja tonta y nos rendimos a las insinuaciones de nuestros sofás. Agarramos el mando sin mucho ánimo y vamos cambiando de canales, pasando con hastío de Sálvames, telenovelas, prensa rosa y manipulación mediática. Nos preguntamos en qué momento dejamos de pensar por nosotros mismos y caímos en la tentación de la idiotez mental. ¿Cuándo fue la última vez que cogimos un libro? Ya ni lo sabemos, tratamos de recordar y una espesa neblina invade nuestros cerebros, como en un mapa de fantasía:


El momento de reflexión es sólo eso: fugaz, como si un ser extraño hubiese poseído nuestro cuerpo por unos instantes. Pero, de pronto, algo realmente extraordinario ocurre al pulsar los botones del mando: un canal de literatura, ¡y subvencionado por el Estado! Nos explica nuestro hijo rarito que el gobierno ha decidido retirar las subvenciones a la tauromaquia y destinarlas a la promoción de la cultura. No entendemos bien tamaña contradicción, y entre berrinches por el cabreo monumental que crece en nuestro interior, por pereza pura dejamos el canal, ya que es una novedad, ¿no? Y las novedades, cómo no, se consumen, no vaya a ser que uno se quede atrás en la moda.
Una voz delicada, no sabemos bien si de mujer o de hombre, sale de los altavoces 7.1 que tanto nos costaron, endulzando nuestros oídos:

 Hoy, en Literaria TV


Capítulo 1: Platero

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?» y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tien' asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

Todas las tardes, a las 16:00 horas, aquí, con Platero, en Literaria TV

 ¿Qué ha pasado? No han sido más que unos escasos minutos, pero es tal el sosiego que nos invade que nos vemos enfocando la vida de otra forma, con optimismo, con alegría. ¿Es pasajero? Sí, pero ya no recordábamos la última vez que nos sentimos así. Es extraño, no sabemos qué hacer, qué pensar, estamos como aturdidos; es el puñetazo culturizador del Arte.
Descubrimos que en unos minutos han condensado más material constructivo que años los otros canales con su basura televisiva; ¡y que nos agrada! Con cierta reticencia depositamos el mando en el reposabrazos del sofá —acción que desconocíamos— y nos quedamos absortos mirando Literaria TV.

Decidme, ¿os gustaría un canal orientado a la literatura, por ejemplo? ¿O qué los principales canales de televisión públicos tuviesen apartados para ello? Quien dice literatura también dice otros artes, pero ¿no sería bonito?

viernes, 14 de octubre de 2011

Noctalia


¡Por fin me llegó! La ópera prima de Raúl Frías Pascual, llamada Noctalia, está en mis manos, y con una dedicatoria suya que toca la patata^^.
Conocí a Raúl Frías, alias Bukovy, en los foros de Clan Dlan, una web de traducción de videojuegos con una sección de literatura que no está nada mal. Allí comenzó a publicar relatos, capítulos, y desde entonces no he dejado de leerle. Con veintipocos, ya ha publicado su primera novela y va camino de escribir otra más que, cambiando completamente de temática, promete mucho.
Me alegro enormemente de haberlo conocido, aunque sólo sea por internet (malditas distancias). Un buen amigo, como dices, Raúl, ¡claro que sí! No hay nada más precioso que compartir inquietudes, y con él y con otros foreros y blogueros he tenido momentos realmente grandes. No sólo eso, Bukovy, además, me has enseñado mucho, y ayudado a escribir, y me alientas a hacerlo, a que reúna voluntad para terminar de una maldita vez Deus Ex Nuke (aunque lamento decirte, Raúl, que restan unos cuantos añitos a este paso… XD).

NOCTALIA


La novela comienza con una descripción muy poética, vívida y hermosísima, que logra que el lector obtenga, en su primerísima impresión, un delicioso sabor de boca, que se imagine la idílica escena hasta el punto que adopte una sincera sonrisa de placer y relea varias veces el fragmento antes de proseguir.
Conocemos a Bruce, un hombre cualquiera, desmejorado y poco cuidadoso consigo mismo… O eso parece, pues se nos da a entender que hay algo raro en él, en sus ojos, algo que no entendemos pero que intuimos significa mucho. Bruce parece una persona hastiada de la rutina y de una vida que no le lleva a ningún lado, que simplemente es; y a medida que transcurre la aventura noctálica, vamos conociendo mejor sus defectos y virtudes, sus anhelos, sus dudas, y por supuesto, su pasado… Y lo comprendemos, o simpatizamos con él, o lo criticamos y juzgamos…
Su personalidad y su carácter están muy logrados, lo que le da a la novela una impresión inmejorable de que vamos a quedar satisfechos y que no nos defraudará.
Luego está Noctalia, el extraño planeta de la Undécima Galaxia. Tan cautivadora, tan fascinante… y tan espeluznante. Pero no sabemos bien por qué, e intentamos apremiar la lectura para llegar cuanto antes a la resolución de esos misteriosos enigmas que rodean al planeta desértico y a los que desde la estación Medianoche observan y estudian. Sus arenas y sus medilas —unas plantas cambiantes que salpican el paisaje con un lento y plácido vaivén de transformaciones— nos llenan de curiosidad.
Un lugar idílico, parece, en momentos, y un infierno en otros; pero algo esconde Noctalia, algo mucho más oscuro que afectará a los habitantes de la estación Medianoche y a Bruce Keating de una forma que los cambiará para siempre.
Algo esconde Noctalia, en su superficie, ¿o bajo ella?, ¿o…?

Podéis haceros con esta entretenida novela en:

Aquí tienes, Raúl, tu novela, encajadita entre otras obras de ciencia ficción. ¡Estarás orgulloso!











domingo, 2 de octubre de 2011

Revista Literaria Prosofagia

Hace ya año y medio, a principios del 2010, encontré, por un blog, un foro literario llamado Prosófagos. Me quedé encandilado por su calidad y seriedad. ¡No tenía moderadores! Era increíble, era como una Tierra sin Ley, en la que, por extraño que pareciera, había un respeto y una educación imposibles de creer. Una anarquía utópica.
De este foro, que desgraciadamente ya no está operativo, surgía también una revista llamada Prosofagia, para visualizar online o descargar e imprimir. Preciosa.
Entrevistas, artículos, reseñas, relatos… De todo. Son ya 13 números, y con el último, se presenta la nueva página de la revista.
Para todos los amantes de la literatura: os recomiendo encarecidamente que os convirtáis en asiduos lectores de Prosofagia. Por lo pronto, ¡ya son 13 numeritos para leer sin parar!

PRESENTACIÓN NUEVA WEB

Prosofagia lleva ya dos años de singladura. Nacida de la voluntad y el entusiasmo de un grupo de compañeros del foro Prosófagos, fue ganando entidad propia. Muchos lectores la seguían y esperaban el siguiente número. Además, poco a poco fuimos contando con otros colaboradores, externos al foro, que nos ofrecieron sus aportaciones. Por eso, y aunque actualmente el foro esté inactivo, quienes iniciamos la revista hemos querido que esta publicación siga viva.
Hay un tiempo para cada cosa. Algunas iniciativas nacen con fuerza, pasan un periodo de crecimiento y apogeo y, a veces, decaen o se transforman en otras realidades. Es propio de todo lo que tiene vida. Los que un buen día nos reunimos para crear la revista queremos seguir navegando y explorando otras aguas y otros puertos, siempre desde ese impulso inicial que nos motivó: el amor a las letras, y con la fuerza que nos anima en el laborioso quehacer entre bastidores, nuestra amistad.
Desde la renovada página de Prosofagia os damos la bienvenida a esta nueva etapa, en la que esperamos seguir aprendiendo y poder ofreceros mucho más.

La Redacción

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Evocación



Sobre la muralla corría el aire, un aire fresco que lo acariciaba y que sacudía sus ropas, provocándole placenteros cosquilleos.
Leía, apoyado en la pared. Las copas de los árboles se movían en un tranquilo vaivén, y como evocándole un verano que ya había quedado atrás, unos rayos se colaban y le calentaban un lado de la cara mientras el otro continuaba sumido en la fresca penumbra.
Abajo, en el patio, se escuchaban los zambullidos de los cisnes, y él, adormecido, cerró los ojos, soltó el libro y se dejó llevar.

domingo, 15 de mayo de 2011

Especismo

Eran tiempos de hambre, de frío y calor, de supervivencia. La naturaleza había comprendido su error e intentaba deshacer el entuerto. Las bestias acechaban en los bosques cubiertos de nieve y en las junglas que eran escondite de infinidad de peligros mortales, en las sabanas y en los desiertos. Tiempos en los que la vida era maravillosa, y cada nacimiento una bendición. Cada nacimiento de un varón.
El Hombre aprendió a dominar todo lo que estaba por debajo de él:
bestias,
    plantas
                y hembras.
Gracias al Hombre, la humanidad alcanzó tal grado de genialidad, de desarrollo, de progreso y de evolución, que enorgullecida por ello proclamó su superioridad ante otras especies:
fauna,
  flora
         y mujeres.
No mucho después estalló la Gran Guerra. El Hombre destacó su valor por encima de otras especies. Los varones salvarían el mundo, y se requerían más. Pero la radiación cubrió el planeta, y entonces el pecado de los hombres lo pagaron todos:
hombres, plantas, mujeres y animales.
La vida estaba en peligro de extinción. Las plantas se morían, como los animales. Los hombres habían arrasado la tierra y se sentían solos.
Meses después, una embarazada dio a luz. Los hombres sonrieron, festejaron, lloraron y dieron las gracias a la Gran Madre. Pues el bebé era una niña.

sábado, 14 de mayo de 2011

Tolerancia

—¡Inmigrantes, fuera! ¡Nos quitan el trabajo! —gritaba un hombre a las puertas de una iglesia, donde gentes de diversas culturas hacían cola para mendigar algo de comida.
Aquel mismo día había comprado una entrada para ver las corridas de toros y cuando llegó a la Plaza, emocionado por el despliegue artístico que iba a presenciar por parte del Cordobés, se encontró con una escena desagradable e inesperada: fuera, un grupo de «perroflautas» se manifestaba en contra del noble arte de la tauromaquia. Lanzaban gritos y violentos aspavientos con las manos e iban sucios y desharrapados. Gente peligrosa, aquella; escoria que en otros tiempos más decentes no existía. «¿A dónde ha ido a parar este país? —se preguntó—. El mundo está loco.»
—¡Asesinos! —vociferaban los macarras—. ¡La tortura no es arte ni cultura!
Seguro que en cualquier momento pasarían de las palabras a las manos. Por suerte, la policía ya estaba allí para darles una buena y necesaria lección de educación y disciplina. A uno de los jóvenes descarriados se le cayó un libro. Se acercó y lo recogió: «Las flores del mal». Vaya, además de gamberros, satánicos de esos. Gente malvada, sin duda; bárbaros.
No pudo reprimir la rabia. Reunió el valor necesario para enfrentarse al joven y lo golpeó repetidamente con el libro, amparado por las porras de la policía.
—¡Intolerantes! —les reprendió el señor—. ¡Que no respetáis nada, delincuentes!
La gente decente sin trabajo, y cuatro dictadores tratando de prohibir una rica tradición… Desde luego, el mundo estaba loco.

domingo, 8 de mayo de 2011

El sentido de la vida

Al nacer le auguraron un futuro brillante, que la fortuna le sonreiría. Cuatro años después, en mitad de su cumpleaños, abrió la puerta del dormitorio de sus padres y encontró a su padre jugando con la amiga de mamá. Contento porque el mundo fuera tan bonito y feliz, quiso expresarle sus sentimientos a su madre.
La fiesta se suspendió y se encontró, horas después, en casa de sus abuelitos con su mamá; no entendió nada. ¿Por qué lloraba? Pero no pasaba nada, le dijeron, que era aún muy pequeño para comprender. Y claro, pensó que tenían razón, pues si todo era tan feliz, tan alegre, la vida tan bella, ¿qué sentido tenía ponerse triste de repente?
Su padre se olvidó, de pronto, de que tenía un hijo.
Le dijeron, también, cuando su madre comenzó a salir mucho y regresar «rara», casi hablando con más dificultad que él y con un aliento desagradable, que todo se arreglaría; y cuando desembocó en una esquizofrenia, no supieron qué decirle. Encontraron una solución: llevarlo junto a su padre.
Años de olvido pasaron al olvido.
Todo fue, de nuevo, alegría; pero la fortuna era muy caprichosa, y rápidamente se dio cuenta de ello al recibir el primer manotazo. Dios le prometió que aquello pasaría, que habría tiempos mejores y que la felicidad exigía sacrificio y algo de penitencia.
Años más tarde, se escapó y regresó al regazo de su madre; pero ya no era lo mismo, y la gente se preocupó de recordárselo… y de apartarlos delicadamente de la gente sana. Protección oficial, le trataban de explicar, pero él no veía sino un vertedero de casas, casi chabolas, y de gente que le producía mucho miedo. No quería vivir allí. Le dieron palabras de consuelo, que estudiara, pero se olvidaron de decirle que para ello se requería dinero.
Cuando tuvo la oportunidad, la rechazó y se puso a trabajar. El hambre apretaba.
Tras unos primeros sueldos, resultó que el hambre seguía oprimiendo el estómago. Le conminaban a trabajar duro, que algún día lo ascenderían, y él se preguntaba que a dónde. Y se hartó.
Cuando en casa procuraba descansar, cuando el barullo y la mala convivencia se lo impedían, cuando el olor de la marihuana entraba por los resquicios de la ventana, mezclado con un ligero tufo a neumático quemado, pedos y suciedad, le pidieron calma, paciencia, que buscaban una solución a los problemas del barrio.
Al hacerlo trizas la depresión, le recordaron que había muchas cosas por las que luchar. Su madre no pensó lo mismo y puso punto final a una historia que se había alargado demasiado. Como fichas de dominó hábilmente dispuestas en fila india, cayeron por la desgana y la apatía sus abuelos. Por último, le dijeron que todavía poseía lo más importante: la vida; y de paso le encontraron solución a sus problemas de convivencia. No más ruido, no más amenazas, no más droga, le aseguraron.
Cuando les estrechó la mano y se vio de patitas en la calle, dio un giro de trescientos sesenta grados, lentamente, y con toda la objetividad que una mente agotada y un corazón hastiado le permitían, se preguntó cuál era el significado de la palabra «vida». Y finalmente tomó una resolución: descubrir el sentido de su vida.


miércoles, 30 de marzo de 2011

La casa a cuestas

Fue siempre acérrimo defensor de su nación. No vaciló nunca, ni siquiera cuando construyó su casa, que tan cierto era que todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna como no hay nada más digno que levantar el techo con las propias manos. Así lo hizo, en el barro no reclamado, una caseta, con tabla, martillo y clavo.
Se encadenó a ella. Vivió feliz su vida.
Nunca puso en tela de juicio la buena voluntad de la gente, ni cuestionó el altruismo de sus amos, cuando al apagarse el cielo se asomaba para arrojar los excrementos y recoger el comedero, cuatro cobres deslizándose y tintineando en su interior.
Antes de amanecer ya se levantaba. «A quien madruga, Dios le ayuda». Con la casa a cuestas se dirigía al mercado y compraba pan, agua y vino para la gélida noche. Después regresaba a faenar, la espalda rota pero el ánimo vigoroso, la mano extendida.
Vivió feliz su vida. Sangre en el tobillo, herrumbre en la cadena, rota la columna. Fue enterrado en el suelo del hogar, sepultado por barro y heces. Una placa de yeso encima.
«Todo por la patria».

lunes, 28 de marzo de 2011

Un poco sobre mí

Me llamo Sergio José (como en las telenovelas), tengo 25 añitos, sigo siendo un renacuajo y si no me pilla un coche o algo dispondré del doble para escribir y, sobre todo, aprender a hacerlo bien. ¡Es mucho tiempo!
Me gusta todo tipo de literatura. Comencé de pequeñito leyendo los libros de Pesadillas y el de El Capitán Garrapata, que me encantaba. Los libros que nos obligaban a leer en el colegio nunca me gustaron. Nunca los vi instructivos, porque a esas edades, hacerte leer Rebeldes lo único que hacía era que tuvieras ganas de salir por ahí a liarla en plan pandillero barriobajero, a lo Warriors, aunque el mensaje que se quería dar fuera justamente el contrario. El primer libro que me motivó fue El Hobbit, y le guardo un especial cariño, porque nombres como Gollum o Bilbo me sonaban muchísimo. Luego averigüé por qué, y entonces me gustó aún más.
En el 97, para mi cumpleaños, me regalaron El Señor de los Anillos. Para mí ese libro cobra una importancia máxima, más que ningún otro a pesar de, mal que me pese por el cariño he de reconocer, no ser lo mejor de la literatura. Pero sí es el más importante a nivel personal. ¿Por qué?, porque gracias a Tolkien, a su manera de escribir, de mostrar otras culturas, gentes y pueblos, a su amor por los árboles y la naturaleza… Podría dedicar hojas enteras. El Señor de los Anillos propició mi curiosidad. Me hizo plantarme un día delante de un arce, un falso plátano de esos tan abundantes por Palma, y mirarlo con una extraña curiosidad y afecto. Me llevé unas cuantas hojas caídas y las tuve colgando por mi cuarto, adornando en lo absurdo.
Creo que fue en un número de la revista Prosofagia (no estoy seguro, así que perdón por la posible fuente equivocada) que se decía, muy acertadamente, que la literatura lo era porque conducía al lector a leer más. ¡Vaya si es acertado! Un apetito voraz se apropia de la persona, un hambre imposible de satisfacer.
El Señor de los Anillos fue el libro que me llevó a leer otros, generalmente de fantasía. Algunos, bastantes, eran cutrecillos, otros no tanto; pero entre todos me mostraron una infinidad de culturas y pueblos tan fascinante que hube de buscar más. Pero ya la fantasía barata no me parecía lo suficientemente compleja.
De pronto me vi leyendo Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving; La Isla del Tesoro, de Stevenson; Las Mil Noches y Una Noche; El Corazón de Piedra Verde, de Salvador de Madariaga; El Mozárabe y La Tierra Sin Mal, de Jesús Sanchez Adalid; Tuareg, de Alberto Vázquez Figueroa… No podía parar de leer. Era tal la belleza en sus páginas que comencé a leer a poetas como Machado, Juan Ramón Jiménez o García Lorca.
Desde entonces leo de todo, o casi todo, y no desprecio nunca un buen libro, venga de donde venga. Ahora quiero aprender a escribir. Ya desde pequeño escribía, pero nunca me lo tomé en serio.
Hay una cosa de la que siempre me arrepentiré: no haber estudiado cuando tocaba, en el instituto. En vez de comportarme como un crío, podría haber estudiado y ahora no tendría los problemas que tengo para escribir. Me «exiliaban» al fondo del aula y en vez de atender me ponía a leer libros. Siempre me avergonzaré.

Presentación

jueves, 10 de marzo de 2011

El Refugio


Desde la terraza podía ver las murallas y los bellasom­bras en la plaza, la laguna artificial detrás, la carretera que lo estropeaba todo y final­mente el mar. Oía los gritos de mi niño jugando entre los árboles y a mi mujer urgiéndome a entrar para comer. Era una excelente cocinera y ante la mención de co­mida los hombres de la casa nos abalanzábamos hacia el comedor. Dejé el libro que estaba leyendo sobre la mesita y fui.
Delante de mí estaba ella, paseando por un jardín. Reconocí aquel lugar: era el Alcázar, pero en el centro de la Huerta se erigía la Mezquita, con su bosque de columnas escapando del interior y perdiéndose entre los jardines.
—¡Vamos, tanta ilusión que tenías de traerme aquí y pones esa cara! —me dijo.
La miré a los ojos con un demoledor abatimiento en el corazón.
—Ya no me quieres, estás con otro. No era así como quería traerte…


Desperté empapado en sudor. Fui al baño, y lloré al verme en el espejo tal como era. Todas las noches igual, y no sabía cómo remediarlo.
Me vestí y con un cuaderno y un bolí­grafo en las manos salí de casa para dirigirme al único lugar que podía evadirme de la realidad: El Refugio, se llama, y es el último superviviente de una especie ya muerta de establecimientos llamados bibliotecas. La llegada de los libros electrónicos había sido como un certero y fatal golpe—aunque los árboles se alegraran de ello— a una ya moribunda literatura.
La lectura ha perdido su encanto. Poca gente posee aún espacios destinados a libros, puesto que el electrónico es muy cómodo y ahorra espacio. Eso es innegable, pero también lo es la gratificante sensación de contemplar los lomos bien ordenados en los anaqueles, el olor a nuevo de la reciente adquisición y la satisfacción y la tristeza a partes igua­les al pasar una página y percatarse de que es la última… Todo eso se ha perdido. Al igual que la televisión, el cine o la música, soy de la opinión de que la literatura se ha vuelto insustancial. El mundo carece ya apenas de atractivo.
A pesar de todo, algo bueno se pudo sacar de ello; y es que los que añorábamos lo que denomi­namos la «buena lectura» sentíamos una imperiosa necesidad de conocernos entre nosotros. Se había creado un vínculo especial, un hermanamiento, que desde entonces nos procura largas sesiones de agradables tertulias y distendidas conversaciones en el bar del local. Amo El Refugio.
Estuve charlando con el bibliotecario un rato. Cuando me ve se alegra, dice que yo rompo su aburrimiento y que el mero hecho de verme le hace pensar que todo el esfuerzo puesto en el negocio vale la pena. En las mañanas, ciertamente, el Refugio es un desierto. Yo, al estar en paro y con una desazón terrible a causa de la abolición de la jubilación y un sinnúmero de dere­chos laborales y sociales, suelo plantarme las mañanas allí.
Tras la conversación, le pedí un libro y me dirigí a mi mesa particular. Es mi refugio, y únicamente allí me abstraigo de esa pena que me corroe por dentro. Todo está sumido en la penum­bra excepto por unos focos que iluminan las mesas. En las paredes cuelgan carteles de películas, cuadros de muy diversos artistas y reproductores con auriculares. La selección de canciones de blues me ha tenido siempre encandilado.
Pasaba el tiempo a cámara lenta. Había dejado de leer y me había levantado para ir en busca de un café cuando oí las campanillas de la entrada. Eché una mirada cargada de curio­sidad: era una joven preciosa, y a pesar de ir bien abrigada yo la veía bastante ligerita. No era solo falta de cariño de lo que carecía.
Le preguntó al bibliotecario acerca de las normas y usos del local, de la librería, del alquiler de libros, el bar… Tenía una hermosa voz. Ella sonreía entusiasmada, pero la comisura de sus labios formaba un arco casi imperceptible que le confería cierta tristeza a su expresión. Un alma más, pensé, en busca de un rincón solitario donde conocer al ser humano en una ciudad de autómatas, perdida.
La muchacha pidió entonces un libro y los tres nos quedamos perplejos. No podía ser que, entre un millar disponibles y no teniendo yo en mi poder ninguno especialmente importante, reclamara el mismo. Vino hacia mí. Tuve miedo, hacía demasiado tiempo que no me enfren­taba a una mujer y no sabía qué hacer. Me saludó, yo le devolví el saludo y le ofrecí asiento en mi mesa. Pensé, y por una extraña conexión supe que ella también, que un hecho semejante no podía ser casual.
Sus ojos… Sus ojos poseían un brillo que creía extinto; un resplandor muy humano, pues el ser humano es curiosidad; y a través de ellos pude entrever todo un mundo de sueños.
Estuvimos conversando toda la mañana e incluso comimos juntos. El nerviosismo se había esfumado tras el primer contacto y sentía una calidez tan grande a su lado que me encon­traba como eufórico. Por la tarde aproveché para presentársela a los demás asiduos. A todos nos alegraba la nueva incorporación y el bibliotecario decidió no cerrar hasta bien entrada la noche.
Fue una velada maravillosa. Cuando llegué a casa lo hice con una amplia sonrisa. Me encontraba terriblemente agotado; una oleada de emociones y pensamientos había discu­rrido por mi mente y arrasado con toda resistencia. Nada más arrojarme sobre el colchón cerré los ojos.

El diálogo no había servido de nada. Yo y los que aún conservábamos unos principios éticos lo celebrábamos, el resto nos llamaba traidores y terroristas. Las bombas caían por todo el país y los tanques recorrían las calles. Los ricos huían con el dinero de las arcas públicas. Reinaba el caos, pero en nuestro pequeño Refugio nos ocupábamos en aquel momento de un asunto más serio y nos daba igual lo que sucediera fuera.
—Los bomberos llegarán de un momento a otro —nos advirtió.
Ella expresó su preocupación y le dije que no los encontrarían, que estarían bien escondi­dos. Terminé de llenar una caja de libros, me acerqué a ella y le planté un profundo beso en los labios. A pesar de todas las cosas me sentía muy feliz. Poco después irrumpieron echando la puerta abajo con un ariete.
Las palomas salieron en tromba en cuanto abrí la puerta de la jaula. Regresé y la abracé con fuerza, apretando mi rostro contra el suyo, juntando mi mejilla con la suya. Estaba caliente. Sonreí.


Puede leerse también en el número 14 de la revista literaria Prosofagia:


miércoles, 12 de enero de 2011

Demonio de piedra

Parecía estar vivo. Su rostro se deformaba y contorsionaba en sombrías muecas. Demonio de piedra. Las copas de los árboles, formando una bóveda sobre él, susurraban amenazadoramente.

Contacto


Cuando se presentaron fue, sin lugar a dudas, una sorpresa. No porque tuvieran tentáculos en el rostro; no porque tuvieran cola, ocho ojos, alas, cuernos o la cabeza con la forma de un pepino. No por sus habilidades telepáticas, su longevidad, su capacidad para volverse invisibles o arrojar bolas de fuego por la boca. No. Lo que nadie esperaba era otra cosa: uno podía mirarles a los ojos y sentir una espeluznante familiaridad.